¿Mitos o Realidades?

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viernes, marzo 03, 2006

Quetzalcoatl, El Sumo Sacerdote De Tula

Mayan Ruins
Blanco, alto, corpulento, de frente ancha, de ojos negros y barba tupida de oro rizado, era Quetzalcoatl el sumo Sacerdote de Tula, dueño de los vientos, adorado por los pueblos Toltecas en la remota antigüedad de México. Nadie supo nunca de dónde había venido.

Tal vez de otro país atravesando el mar en la estrecha carabela del milagro; pero como el sabio y prudente Quetzalcoatl enseñó a su pueblo las artes más difíciles como fundir y trabajar la plata, labrar las piedras verdes que se llaman "chalchivites" y otras hechas de conchas coloradas y blancas, el arte de trabajar las plumas de los pájaros, fue elegido Rey tributándole desde entonces honores sin cuento.

Dictó para su pueblo leyes sabias y austeras como su vida misma, leyes que hacía publicar a un pregonero desde el Monte de los Clamores para que se oyeran hasta trescientas millas lejos. Por honestidad llevaba siempre largo el vestido. Habitaba en palacios milagrosos, unos de plata, otros de turquesas, otros de plumas como enormes nidos y otros de "chalchivites", la piedra suntuaria que sus vasallos, de ligero andar, traían desde muy lejos.

En tiempos de Quetzalcoatl el pueblo recibió los beneficios de los dioses y cuentan que la tierra producía mazorcas de maíz del tamaño de un hombre, cañas altas y verde como árboles, algodón de colores, por lo que no era menester teñirlo, y aves desconocidas de pluma y canto, por lo que nada faltaba a los habitantes de la dichosa Tula.

Mas vino el tiempo malo y la fortuna de Quetzalcoatl y de los Toltecas acabó para siempre. Los dioses, disfrazados de nigrománticos o viejos hechiceros, vinieron a la tierra con el propósito de destronar a Quetzalcoatl y arrojarlo de sus dominios.

Para lograrlo, uno de los nigrománticos, llamado Vitzilopuchtli presentóse en el palacio real pidiendo hablar con Quetzalcoatl. Los pajes temerosos de molestar a su amo, trataron de convencer al anciano Vitzilopuchtli que debía marcharse; más tanto insistió el hechicero que obtuvo al fin lo que deseaba.

Quetzalcoatl, sentado en un trono resplandeciente de piedras preciosas, recibió al forastero diciéndole:
-¿Hijo, cómo estás y qué deseas?

-Deseo -respondió Vitzilopuchtli- ofreceros la esencia que cura todos los males devolviendo la juventud.
-¡Enhorabuena! -repuso con alegría el rey-, hace días que te aguardo, pues me siento enfermo y dolorido.
-Entonces bebed de este elixir, que el corazón de quien lo bebe se ablanda hasta sentirse feliz.
Dijo el hechicero presentando a Quetzalcoatl una fina vasija de barro esmaltado.


Bebió el Rey del líquido y a los pocos instantes notó que, efectivamente, ya no sentía dolores en el cuerpo por lo que bebió más sin saber que el hechicero pretendía embriagarle con el vino blanco de la tierra, hecho de magueyes y llamado "Teumetl", para conducirlo más tarde y fácilmente fuera de la ciudad. Tanto bebió Quetzalcoatl de aquel líquido blanco desterrador de males, que al fin la embriaguez apoderóse de su corazón haciendo germinar en su cerebro la idea de partir para siempre.

-¿A dónde iré, hijo? Aconséjame. Quiero salir de Tula para siempre.
-Irás a Tlapallan -repuso el hechicero satisfecho de los efectos de la bebida blanca- que ahí te espera otro anciano como yo y si haces lo que te indique, volverás a ser más joven que cualquier mancebo feliz.

Entretanto, otro de los nigrománticos, para evitar que su pueblo defendiese a Quetzalcoatl, quedó en la plaza repartiendo a los Toltecas del mismo vino blanco hasta embriagarlos. Cuando lo consiguió, sentóse en medio del mercado haciendo bailar a un muchacho sobre la palma de su mano para llamar la atención. Pronto vióse rodeado por una muchedumbre de curiosos que atisbaban los movimientos del muchacho sobre la palma de la mano del hechicero.

Todos se preguntaban: ¿qué embuste es éste? ¿cómo puede bailar un muchacho sobre la palma de una mano? Debe ser hechicero. Demósle muerte a pedradas por practicar la brujería. Así lo hicieron y después de muerto, comenzó a heder el cadáver del brujo, por lo que decidieron los Toltecas llevarlo fuera de la ciudad. Quisieron levantar el cuerpo muerto sin lograrlo, porque pesaba como un fardo de los más grandes, y entonces le ataron alrededor del cuello una soga de pita resistente para llevarlo a rastras al campo fuera de la ciudad.

Pesaba tanto el cadáver, que la soga revéntose cuando tiraron de ella muchos Toltecas, lanzándolos a distancia y muriendo todos de golpe. Otros Toltecas substituyeron a los primeros, reforzando las sogas, nuevamente cayeron en tierra como los otros. Cuando, muertos muchos Toltecas, comprendió Vitzilopuchtli que sin dificultad podría salir de Tula Quetzalcoatl, aún embriagado como estaba, acompañóle hasta las puertas de la ciudad permitiendo que fueran con él algunos de sus pajes y vasallos.

Después dedicóse a quemar todas las casas de plata y concha y plumas que encontró. Incendió los campos. Apedreó a los pájaros lindos, dejando en ruinas la antigua y próspera ciudad de los Toltecas. Quetzalcoatl, seguido por sus fieles servidores, tomó el camino que conduce al mar.

Cuando llegó a un sitio que llaman Quautisar, debajo del árbol más grande y más grueso, sentóse a descansar. Se le notaba triste. Pidió a uno de sus vasallos un espejo, miró su rostro y dijo: "Soy un anciano, justo es que me suceda lo que me sucede". Después, como último gesto de dominio y de sabiduría, tomó piedras del camino y apedreó el árbol.

Todas las piedras que tiró Quetzalcoatl se incrustaron en el árbol y ahí quedaron para siempre como símbolo de su fuerza divina. Al son de flautas que, para alegrarlo, tañían sus servidores, continuó el Rey el camino hacia el mar.

Cuando llegó a un sitio que llaman Talnepantla, viendo por última vez y a lo lejos las ruinas de su ciudad antigua y próspera, lloró tristemente, hasta necesitar apoyarse con las manos en la roca para no caer. Sentóse sobre una piedra grande y siguió llorando hasta la hora en que voló el último pájaro.

Las manos de Quetzalcoatl quedaron para siempre señaladas en la roca, y sus lágrimas horadaron la piedra como símbolo de su dolor de Rey. Cuando llegó a un sitio que se llama Coahpa, los hipócritas hechiceros vinieron a su encuentro aparentando disuadirlo del viaje que emprendía.

-Quetzalcoatl, ¿a dónde vas? ¿por qué abandonas a tu pueblo? -preguntáronle. A lo que respondió majestuosamente el Rey:
-Ahora nadie podrá impedirlo, ni vosotros que lo causasteís. Voy a Tlapallan a donde me llama el Sol.
-Ve enhorabuena; pero déjanos la sabiduría de las artes para fundir plata, para labrar las piedras preciosas, para tejer plumajes y decorar vasijas.

Entonces, Quetzalcoatl, quitándose las muchas y preciosas joyas labradas que llevaba, arrojólas en una fuente, como lo hace el día con las estrellas de la noche, y dijo:
-Ahí están mi riqueza y mi sabiduría. Tomadlas.

Más adelante, el viaje fue difícil y hosco. Las sierras del volcán y la sierra nevada con sus altos picos blancos, cerraban el paso hacia el mar y los pajes que le acompañaban, todos enanos y corcovados, fueron muriendo de frío y de cansancio. Quetzalcoatl siguió solo hasta las riberas del horizonte en donde comienza la línea del mar. Hizo construir una balsa, formada de culebras, y en ella entró y asentóse como en una canoa, que se fue por el mar navegando.

Y así como se ignora de dónde vino, no se sabe para dónde se fue, desde que se perdió a los ojos de los hombres en las riberas del mar.
Esta leyenda fue publicada en el libro "Lecturas Clásicas para niños" (Departamento Editorial, Secretaría de Educación de México, 1984).