¿Mitos o Realidades?

Cosas "raras" que andan dando vuelta por el Mundo. Algunos creen, otros no ... Vos, ¿en que lado estás? mitosyrealidades@gmail.com

Cool Slideshows

domingo, abril 30, 2006

El Tordo

Crow
Pájaro de plumaje negro que vive en la mayor parte de nuestro territorio y países vecinos.

Una leyenda guaraní dice que para establecer su superioridad en el mundo, gavilanes y halcones mandados por el águila emprendieron terrible lucha contra cuervos y chimangos capitaneados por el carancho, y contando con la ayuda de los últimos vencieron los primeros y la derrota fue total para los vencidos.

El tordo se hallaba dentro de su casa cuando la misma fue quemada por los cuatro costados. A punto estuvo de perecer el tordo, y el color negro que posee le quedó desde entonces.

El cardenal se tiñó de sangre su copete. Y los cuatros fueron atados de a dos y remitidos prisioneros.

Cuando recuperaron su libertad, por costumbre siguieron marchando así.

El tordo es un ave que suele apropiarse de los nidos de las demás aves.

Así, tuve la oportunidad - nos narra Hipólito Marcial - de ver a un tordo que corrió a una parejita de horneros de su "hornito". Los pobres desalojados revoloteaban alrededor de la puerta de su nido, sin producir ningún efecto intimidatorio en el azabache usurpador.

De repente, ambos pajaritos bajaron al borde de la acequia, y sin tardanza comenzaron a juntar barro y al cabo de una media hora, habían enterrado vivo al tuco invasor, para luego formar su casa en otra rama del mismo nogal.

viernes, abril 28, 2006

El Mito De La Creación Del Algarrobo

Tree 5
Escrito por Lic. Marta Juarez
Y era entonces que Nilataj, eterno principio de la vida plena, de vida verdadera, ya había creado el armazón del mundo, había comenzado en principio creando una espacio activo, la Tierra y los vientos de los cuatro costado se habían encargado de extender por el mundo.

Y sucedió que un día, los Dueños del Fuego, que eran unos seres irascibles, coléricos, por una venganza provocaron un incendio lanzando un gran fuego que vino del norte, y el mundo fue destruido y fue tan terrible la destrucción que la Luna, que entonces era un hombre que caminaba en la Tierra, se escapó al cielo trepando un quebracho.

Toda la vida, los animales, las plantas, los grandes árboles, todo fue cayendo bajo las bocanadas devastadoras de las llamas que los seres lanzaban con ímpetu con sus lenguas de fuego.

Y dicen que los hombres que por aquel entonces eran todavía mitad hombre, mitad animales, cuando vieron a lo lejos que el gran incendio se acercaba , presurosos cavaron un gran pozo en el corazón profundo y húmedo de la tierra y que allí se buscaron refugio en su intento de salvarse.

Allí se escondieron y aunque muchos murieron porque la tierra estaba muy caliente y otros escaparon y perseguidos por las llamas llegaron hasta el lugar donde comienzan los océanos y se terminan los bosques, allí vivieron y nunca sabían si era de día o era de noche, cuántos días o cuantos años pasaron, hasta que un día se hizo el silencio.

El gran incendio había terminado, entonces comenzaron a salir y vieron con sorpresa que algo definitivo les había ocurrido durante ese tiempo que permanecieron a oscuras. Su cuerpo, veían azorados, había cambiado, había desaparecido la parte animal y ahora eran completamente humanos.

Lentamente comenzaron a salir, temerosos asomaron primero la cabeza entonces vieron que el mundo era un gran desierto, densas humaredas negras se enseñoreaban, desparramadas por el viento sobre la planicie desolada. La destrucción se entronaba sobre la obra de Nilataj, ni una hierba, ni un animal ...

¡Nada quedaba, nada!, solo humo, silencio y soledad. Los Dueños del Fuego habían arrasado la Vida. Entonces, dicen que los hombres lloraron.Y tanto lloraron los hombres y había tanto dolor y tristeza en sus almas, que Tapiatsol, el dios bienhechor de los wichís se apiadó de ellos y decidió emprender la difícil tarea de reconstruir el mundo desvastado.

Para ello, comenzó a tocar su tambor, día y noche, noche y día tocaba y tocaba y no paraba ni un instante con su tam tam ... tam tam ... tam tam y mientras su música se extendía por el páramo asolado, lentamente el mundo se iba reconstruyendo. Y dicen que Tapiatsol, mientras tocaba su tambor estaba pensando:

_¿Qué es lo primero que debo crear para ellos, ... ¡les falta todo, nada ha quedado! _Así pensaba el dios bienhechor, apiadado de los hombres, y mientras pensaba comenzó a tocar su tambor sin parar hasta que preguntó a su Madre, La Tierra:

_¿Madre, qué cosa tuya, cuáles de tus hijos devuelvo a los hombres, uno que pueda proveerles de todo lo que necesiten para vivir ?_

“Alcé mi cabeza y contemplé el sol que mostraba su roja nariz en el naciente, y vi que hasta a mis pies se alzaban carros cargados de nubes inundando con grandes ojos de lluvias los valles, la montaña, entonces vi caer una semilla de algarrobo escondida entre los dientes del Zorro, y supe que esa era la respuesta”.

Dicen que entonces, Tapiatsol sacó de su hilú un puñado de semillas de algarrobo y los vientos de los cuatro costados las desparramaron por la llanura del Chaco y en ella comenzaron a brotar unas plantitas verdes, y eran fwajuk, algarrobos que fueron creciendo creciendo, hasta hacerse árboles inmensos, coposos, pródigo en frutos con forma de vainas amarillas, y ese fue y es y será en todos los tiempos, el árbol bienhechor, el más dadivoso de todos, por eso el es, el Gran Abuelo de la inmensa llanura chaqueña.
Fuente: Norte del Bermejo.

domingo, abril 23, 2006

El Yaraví - Leyenda Salteña

Flute
Chasca Ñaui era la hija menor de un matrimonio quichua que vivía en una tribu, entre montañas del norte. Era una niña todavía, cuando un día oyó hablar de las virtudes de una laguna que se encontraba cerca de allí. Decían que la doncella que se bañara en sus aguas, encontraría el marido anhelado.

Chasca Ñaui creció, transformándose en una hermosa joven y entonces deseó, como las otras jóvenes de la tribu, tener a alguien que la amara.

Una mañana, cuando los amancays y las retamas perfumaban el aire con sus flores, la joven decidió ir a la laguna y emprendió el camino. Cuando llegó, se quitó la túnica de combi y poco a poco se fue sumergiendo en el agua con la esperanza de encontrar a su compañero.

De pronto, el lejano sonido de una quena le advirtió que alguien se acercaba. Salió de la laguna, se puso su túnica ciñéndola a su cintura con una faja de vivos colores, calzó sus pies con ojotas de cuero, arregló sus cabellos y los adornó con flores silvestres.

La voz de la quena sonaba cada vez más fuerte y una dulce esperanza florecía en Chasca Ñaui. Se sentó sobre una piedra cerca de la orilla y esperó.

Por detrás de unas matas de chañar vio venir en su dirección, a un joven apuesto. Tocaba la quena como nunca lo había hecho nadie en el lugar ; su música llegaba a los oídos de Chasca Ñaui como un suave canto de amor.

Al verse, inclinaron sus rostros sonrientes en ademán de saludo, y Hayri, que así se llamaba el muchacho, quedó prendado de la joven.

Desde ese momento se vieron repetidas veces, hasta que Hayri, seguro del profundo cariño que sentía por Chasca Ñaui, le pidió que fuera su esposa. Poco tiempo después se casaron y comenzaron a vivir felices en una cabaña próxima a un bosque.

Un día el sol se ocultaba detrás de los cerros y regresaban los dos de una visita a la laguna, inesperadamente se les interpuso en el camino un jefe español, acompañado de sus soldados. Pertenecían a las huestes de españoles que habían despojado a los incas de sus tierras. El jefe español, impresionado por la belleza Chasca Ñaui, la obligó a seguirlo.

Inútiles fueron los esfuerzo de Hayri para que no se la llevaran, pero los soldados azotaron al muchacho hasta dejarlo desvanecido. Cuando despertó, comenzó a buscarla sin tener en cuenta distancias ni peligros, pero jamás la encontró.

Desesperado optó por ir a la laguna. Allí pasaba las horas y los días tocando su quena ; cada nota iba reviviendo todo lo que había sucedido desde el momento en que vio por primera vez a la joven.

Poco a poco el canto de la quena se fue haciendo más triste, hasta fijarse en una única melodía que reflejaba todo el dolor de su alma. Su vida se fue apagando, pero su quena sólo se calló cuando dio el último suspiro.

Mucho tiempo después, un joven indio encontró la quena, cuando se dispuso a tocarla, del instrumento sólo brotaba aquella triste melodía que creara Hayri antes de morir. Al escucharla en la tribu, todos recordaron a la pareja :

"Dos amantes palomitas
penan, suspiran y lloran
y en viejos árboles moran
a solas con su dolor"

Así nació el yaraví.

Glosario : Yaraví : cantar que expresa el dolor producido por una pena de amor.
Chasca Ñaui : ojos de lucero.
Hayri : veloz
Combi : tela fina de vicuña.
Fuente: Portal Informativo de Salta.

martes, abril 18, 2006

El Chajá

Kiwi
Nos narra Félix Coluccio en su imperdible "Diccionario Folklórico Argentino" que elchajá habita en zonas de lagunas y ríos, y si bien es un ave con habilidad para volar muy alto como las demás rapaces, vive como animal domesticado.

Es un ave monógama y lo único que lo separa de su pareja es la muerte , por ello se las ha llamado aves del amor, aves inseparables.

Esta leyenda tiene influencia religiosa, y nos cuenta que dos jovencitas estaban lavando la ropa en un río cuando llegaron Jesús y San Pedro, quienes habiéndoles pedido agua para beber, las muchachas le alcanzaron agua con jabón y por eso fueron maldecidas, y al querer irse, en lugar de decir yajá (vamos, en guaraní), dijeron chajá y salieron volando convertidas en pájaro.

Desde entonces sus carnes no sirven para comerse pues es pura espuma, y como se dice comúnmente: pura espuma como el chajá.

Nos cuenta Coluccio que en el Chaco hay una versión parecida:

Dos mujeres lavaban su ropa cuando se acercó una anciana para pedir agua, éstas le acercaron agua sucia y con jabón y se dijeron la una a la otra: yajá.

La viejita, que era la Virgen María, al darse cuenta de la maldad de ellas, las convirtió en aves para gritar eternamente: chajá, chajá.

Se dice que si se duerme con una pluma de chajá debajo del colchon, se tendrá un oído fino y alerta.
Fuente: Folklore del Norte.

miércoles, abril 12, 2006

Mitos Y Leyendas De Un Templo De La China

China
por Francisco González Crussí
hace la disección de un templo levantado con historias que visitó en China.
Llego de día a la ciudad de Taiyuán (aproximadamente dos millones de habitantes), capital de la provincia de Sanshí en el norte de China, y fácilmente echó de ver que se trata de un importante centro industrial.

Vamos a visitar un templo, el templo de la "Santa Madre". En el Lejano Oriente, es bien sabido, se practica el culto a los ancestros. Algunos estudiosos señalan que no se trata de "adoración" en sentido religioso, sino simplemente veneración y respeto. Sea como fuere, se levantan templos, se construyen altares, se quema incienso y se hacen reverencias a la efigie o a otros símbolos de los antecesores (como tablillas con el nombre de los venerados).

En los hogares, se practica el culto a la memoria de ancestros individuales. Pero, como escribe un experto, "hay personajes con mayor calidad reverencial o de culto que otras". Es decir, personajes que por sus hazañas o celebridad, como jefes de clanes, líderes o reyes, superan al común de los fallecidos, y llegan a ser tratados con ceremonias litúrgicas y homenajes propios de una deidad.

Así sucedió con la homenajeada del templo de Jin Ci,1 a unos veinticinco kilómetros de la ciudad de Taiyuán. El lugar es antiquísimo. Nadie sabe con precisión cuándo empezó a construirse, sólo se sabe que fue durante el período de la historia china conocido como Primavera y Otoño (722-481 a.C.).

En ese tiempo, China no era un gran imperio unido, como llegó a serlo después, sino un conjunto de estados feudales que guerreaban contantemente entre sí, siempre dados a la intriga diplomática, agrediéndose todo el tiempo unos a otros, y formando alianzas con el abierto y cínico propósito de anexarse las tierras del vecino.

En esa caótica era, surgió en el norte, en la región de la actual ciudad de Taiyuán, una poderosa dinastía, la de los Zhou. Imponía su hegemonía sobre los dominios circunvecinos, cuando uno de ellos, el reino Tang, se rebeló contra los opresores. El rey de los Zhou aplastó brutalmente la resistencia.

Cuentan los cronistas que, viendo a los rebeldes derrotados, y muertos sus jefes, el rey victorioso tuvo un gesto de briosa altanería. En la euforia del triunfo quiso bromear. Tomó una hoja de un frondoso árbol chino conocido como wu-tong (nombre científico, Ferminia plantanifolia) y la cortó para darle la forma del sello real.

Entonces, se acercó a su hermano menor, quien era apenas un jovenzuelo, y ofreciéndole dicha hoja le dijo: "Ahora tú quedas nombrado como rey de Tang." El chiste se basaba en un juego de palabras: Tang, el reino vencido, y tong, el árbol frondoso, suenan muy semejante en el idioma chino.

Sucedió que un oficial de la corte estaba presente cuando el rey Zhou hizo su chiste. Inmediatamente, asumió un aire austero y solemne, y dirigiéndose al rey le pidió que escogiera la fecha para la sanción oficial de la postulación que acaba de realizar. El rey protestó aduciendo que había sido sólo una broma. A lo cual el cortesano respondió con el mismo tono glacial: "El rey no bromea. Cada una de sus alocuciones queda registrada en las crónicas oficiales, sus órdenes son siempre obedecidas por sus súbditos, e instrumentadas con todo el debido ceremonial."

Así fue como el título de rey de Tang fue oficialmente conferido al hermano menor del monarca de Zhou ... y se frustró una anexión. Quiso el destino que el joven nombrado, cuyo nombre era Shu Yü, llegara ser un buen gobernante.

Desarrolló la agricultura, mejoró las técnicas de irrigación de los campos y fue muy querido de su pueblo. El templo que vamos a visitar fue originalmente erigido en honor de Shu Yü, y en conmemoración de sus buenas acciones. Pero, como en China los honores son retrospectivos, al paso de los años la madre de Shu Yü se convirtió en la titular del templo.

Se habla de un templo, pero esto no significa una construcción única y aislada, como nuestras iglesias o catedrales. Aquí se trata más bien de un campo, a veces de muchas hectáreas, en donde existen diversos edificios, algunos, por supuesto, destinados a usos litúrgicos y de culto religioso, pero también varios pabellones, jardines, una sala o espacio de teatro, salones de exhibición, y actualmente hasta boutiques o tiendas de souvenirs.

El templo (denominación que aquí se usa como sinónimo de "terreno sacro") de Jin Ci tuvo un período de activa expansión durante los años 550 a 559 de nuestra era, cuando se construyeron edificios adicionales; otro en 1168. Ya desde el siglo XVI se lo conocía como el templo de la Santa Madre.

El portal de la entrada no tiene nada de especial interés. Es de construcción reciente, y no permite anticipar la venerable antigüedad de lo que hay dentro. El teatro es lo primero que aparece siguiendo la vereda central. Impresiona saber la solución que se encontró, en tiempos de la dinastía Ming (1368-1644), a los problemas de acústica que el teatro planteaba.

Con el escenario al aire libre, y en un sitio frecuentado por las ruidosas multitudes que en el país más poblado de la tierra se encuentran por dondequiera, resultaba difícil oír a los actores. Se pensó entonces en traer ocho grandes urnas que fueron enterradas inmediatamente bajo el piso del escenario. La resonancia que así se obtuvo se adelantó por varios siglos a la moderna tecnología de amplificación del sonido.

Siguiendo por el sendero central, veo una plataforma de cemento, cuadrada, con un pequeño pabellón de unos cuatro metros de altura en su centro. Data de la dinastía Song, entre los años 1094 y 1098 de nuestra era. Hay aquí cuatro estatuas de hierro, de dos metros de altura, una en cada esquina de la plataforma, que representan hombres de aspecto hosco y marcial en pleno atuendo militar.

Aquí han estado, de pie, haciendo guardia por casi mil años. Sobre el pectoral de las armaduras se ven inscripciones que permiten conocer la fecha de nacimiento de cada uno. Así, se sabe que la estatua de la esquina sudoeste fue forjada en el año 1097, por artífices de fuera de la región; la de la esquina noroeste, en 1098, pero su cabeza no lo fue hasta 1423; la del sureste, en 1098, aunque su cabeza es, relativamente hablando, casi nueva, dado que se realizó en 1926, y finalmente la del noreste es totalmente del siglo XX: cuerpo y cabeza datan de 1913.

Ciertas leyendas pretenden dar cuenta de estos hechos. Dice una leyenda que los "hombres de hierro", después de haber estado de pie durante siglos, día y noche, a la intemperie y expuestos a todos los cambios de estación, terminaron absorbiendo las influencias etéreas y sobrenaturales propias del lugar. Éstas, junto con el incienso, las músicas, las ofrendas, y el fervor de las plegarias de los fieles que acudían al templo, produjeron un fenómeno portentoso: los hombres de hierro adquirieron sensibilidad y conciencia, tal como los hombres de carne y hueso. Las estatuas empezaron a hablar y a comunicarse entre sí.

Desgraciadamente, los hombres de hierro recibieron también las flaquezas morales y las perplejidades connaturales a los seres humanos. De manera que pronto se sintieron aburridos y a disgusto con su situación de guardias inmóviles. El ambiente que los rodeaba les pareció rudimentario y opresivo; los monjes a cargo del templo, tacaños, marrulleros y egoístas; y la zona en que estaban, triste, estrecha y descuidada. No sólo esto. La mezquindad propia del carácter humano les infundió envidias y disensiones. Tres de ellos se coludieron para maquinar contra el de la esquina sudoeste, al cual detestaban por considerarlo "fuereño".

En efecto, esa estatua fue forjada por escultores de Sung-shan, lejos de la región, y tal parece que la recién adquirida humanidad de las estatuas era específicamente china y de corte tradicional —a juzgar por su xenofobia e inveterada suspicacia contra los extranjeros. Los tres guardias locales se hicieron hermanos juramentados, pero excluyendo al de la esquina sudoeste. Total, el lugar les llegó a parecer insufrible, y los tres que se obligaron a hermandad por juramento decidieron escapar.

El del noreste, como el más osado y valiente, se dio a la fuga el primero. Los otros dos, menos arriscados, trataron de seguirlo, pero titubearon y fueron sorprendidos por el monje superior. Impelido por la cólera al descubrir el intento de fuga, los golpeó con su bastón en la cabeza, dejándolos seriamente descalabrados. Por eso es que las cabezas tuvieron que ser reemplazadas después.

Tampoco el escapado corrió con mejor suerte. Una férrea voluntad —de temple no inferior al del resto de su cuerpo— le hizo seguir el curso del Río Fen, arrostrando toda suerte de peligros, hasta su desembocadura en el poderoso Río Amarillo. Pero, llegado a este punto, hubo de detenerse. Aquí las aguas se ensanchaban, y una poderosa corriente levantaba grandes olas que habían devorado ya a cientos de hombres de carne y hueso, y sin duda no habrían despreciado a uno de hierro, como simple bocadillo para amenizar su consueto menú. Para colmo de males, sólo un endeble puente, hecho de paja y delgadas tablas, cruzaba el río.

Reflexionaba el hombre de hierro sobre la situación, cuando apareció un anciano viajero en el camino. El de hierro le hizo conversación, diciéndole: "Me he detenido aquí a pensar cómo cruzar al otro lado del río. El puente que han tendido en esta parte me parece de construcción débil, y mucho me temo que si me arriesgo a cruzar sobre él, se puede derrumbar ..."

El anciano contestó: "¿Qué está usted diciendo? ¿Cómo que derrumbar? ¡Ni que fuera usted un hombre de hierro de Jin Ci, para tirar un puente con sólo caminar sobre él!" Maravilla de maravillas: en ese momento, precisamente cuando el anciano pronunció las palabras "hombre de hierro de Jin Ci", la sensibilidad y la capacidad de reaccionar y pensar del hombre de hierro, se desvanecieron de pronto. Volvió a ser lo que antes era: una simple estatua de hierro, muda, fría e inmóvil. Además, pesadísima: nadie volvió a saber nada del hombre de hierro de la esquina noreste. Tal vez quedó hundido en lo más profundo de aquel recodo del poderoso Río Amarillo. Una estatua nueva se forjó en el siglo XX, para reemplazar la desaparecida. Es, por cierto, la menos artística del grupo.

En cuanto a los dos hermanos juramentados que quedaron atrás, sus descalabraduras no los volvieron más prudentes, ni más juiciosos. Siguieron sospechando del "fuereño," es decir del hombre de hierro de la esquina suroeste. Pensaban que había sido la causa de su fallida escapatoria, y que arteramente los había denunciado. Lo vejaban, lo insultaban, lo tachaban de traidor, y no cesaban de hostigarlo. Tanto lo humillaron, que él también decidió escapar.

No iba a ser fácil, porque a partir de la frustrada huida de sus dos ingratos congéneres, el viejo monje superior puso a un joven novicio a vigilar constantemente a los hombres de hierro. Esperó una noche sin luna, y con extraordinaria cautela, calibrando cada movimiento para máximo sigilo, empezó a deslizarse fuera de la plataforma. Pero, ¡oh triste sino!, es muy difícil andarse con "pies de plomo" cuando se los tiene de hierro forjado. Imposible andar de puntitas en esas condiciones.

Hizo lo que pudo por andar como si marchara sobre quebradizos cascarones, pero apenas levantaba su pesadísimo pie derecho, cuando el ruido despertó al novicio, quien inmediatamente reportó al viejo monje. Este último, a pesar de ser un monje, era gente muy de armas tomar, como ya lo habían confirmado los dos descalabrados.

El nuevo intento de fuga lo puso fuera de sí. Se apoderó de un hacha, y sin decir ¡agua va!, descargó violentos hachazos sobre el pie que acababa de posar sobre el suelo el hombre de hierro de la esquina suroeste. Hay, en efecto, varias marcas en un pie de la estatua, que bien podrían haber sido producidas a golpes de hacha.

Avanzando por la vereda central, llego a la construcción más antigua del conjunto, erigida durante la dinastía Song en honor de la madre de Shu Yü. Se trata de un templo de diecinueve metros de altura, provisto de veintiséis columnas periféricas que se inclinan ligeramente hacia dentro, con objeto de "incrementar la impresión de su altura", según rezan los folletos publicitarios del lugar.

Un rasgo espectacular que fija nuestra atención en las ocho columnas de la fachada anterior es la presencia de soberbios dragones dorados esculpidos en madera, y tenazmente enroscados alrededor de las columnas. Se trata de los dragones de madera más antiguos de China. Seis fueron hechos en el año 1087 de nuestra era, los otros dos datan de 1102. Se desconoce si alguna vez fueron reparados.

Me entero de un detalle que indudablemente habría deleitado a Jorge Luis Borges. El gran escritor argentino invirtió no poco tiempo y esfuerzo en compilar un "Libro de los Seres Imaginarios", en el cual la fauna china ocupa un espacio importante. Ahora me dicen que hay dragones y dragones.

"Dragón" —long, en chino, y Draco sinensis, supongo, en lenguaje técnico— se refiere a un género, en el que hay especies y subespecies. Los dos dragones de las columnas centrales del templo de la Santa Madre son yin-long, alados, y habitantes de la atmósfera superior; los dos que siguen a los lados, son dragones pan-long, criaturas que viven en la tierra, donde tienden a yacer enrollados y descansando sobre su superficie ventral; los dos más laterales son del tipo jao-long, cuyo hábitat está en las aguas de los ríos y del mar; y los dos últimos, en las esquinas, son che-long, característicamente amarillos y desprovistos de cuernos.

A cada lado de la entrada, más allá de las ocho columnas, existen sendas estatuas de imponentes guardianes militares, de cuatro metros de altura. Se dice que representan a generales de los ejércitos de la dinastía Zhou. Su fiero aspecto intimida: el de la derecha, reparado en 1950, lleva una lanza, y el de la izquierda porta consigo un hacha. Estos custodios vigilan la entrada del templo de la Madre Santa.

En el interior se ve a la Madre Santa en efigie de madera. La vemos sentada, en actitud hierática, serena, envuelta en ropajes ricamente adornados. La bata de amplísimas mangas le esconde las manos, y sobre su cabeza descansa una corona engalanada de perlas y plumas de fénix de brillantes colores. El polvo de no sé cuántos años se ha depositado sobre esta lignaria efigie. Pero aun así la Santa Madre sigue imperturbable, y su cara, muy llena, irradia una noble tranquilidad y la más absoluta seguridad en sí misma. Claro, como que sabe que la fe de sus compatriotas la ha elevado de la humana condición a la divina.

Se halla rodeada de 42 servidores, todos de madera, como ella misma. Estas estatuas han sido dispuestas simétricamente a cada lado del trono. Son tres eunucos, seis nobles damas ataviadas con ropajes masculinos, y treinta y tres damas de compañía apropiadamente vestidas con las ropas propias de su sexo. Respetuosos y circunspectos, estos 42 personajes han estado de pie al lado de su soberana durante mil años. Asombra reflexionar que estas efigies datan de la dinastía Song (960-1127 de nuestra era).

Cada una manifiesta una personalidad propia. Aquí, una dama en atuendo de hombre lleva en la mano izquierda un candelero, mientras que con la derecha parece proteger la llama de corrientes de aire que amenazan extinguirla. Su cuerpo se inclina ligeramente hacia adelante y a la izquierda, pero su cabeza se vuelve hacia la derecha. Es como si estuviera mirando más allá de la línea de servidores a alguien que la ha llamado, y parece estar a punto de responder a la solicitación.

Mas allá, veo una mujer enjuta, alta, con un tocado en forma de angosto jarrón, que la hace ver todavía más alta. Su flacura, sus adelgazados labios de comisuras vueltas hacia abajo, y su boca como hendidura, le imparten un aire agrio, adusto y rígido. Parecería ser una mujer a cargo de importantes porciones del presupuesto de la corte de la Santa Madre. Pero su aspecto áspero y desabrido anuncia que es en vano acercarse a pedirle un favor o esperar de ella una excepción a las reglas de la corte.

Acá noto una figura masculina con una gran bufanda verde sobre un hombro. Se inclina hacia adelante, quizá a consecuencia de cierta leve deformación de la espalda. Es un eunuco. La corte de la Santa Madre, igual que la de otros poderosos, imitaba al emperador en cuanto a producir y reclutar eunucos. Igual que el emperador, los nobles del lugar deben haber concluido que, para mantener a los hombres en constante servidumbre, la castración es superior a la persuasión.

Tiene las dos manos hacia adelante a la altura del pecho, y las presiona una contra otra, como si estuviera nervioso. Da la impresión, el pobre hombre, de obsequiosidad y nerviosismo. Parece ser parte del personal de la cocina, y su aire servil y ansioso sugiere que está recibiendo indicaciones para preparar la comida de la gran señora.

Adelante encontramos un estanque, luego un reservorio de agua cruzado por un puente en forma de cruz (uno de los objetos que han singularizado a Jin Ci en la comarca), y un manantial de agua que brota de la tierra. Todo ello nos recuerda que Jin Ci ha estado vinculado estrechamente con el agua. Y no podían faltar historias y leyendas que aluden a esta asociación.

Hace mucho, pero mucho tiempo, dice la leyenda, no había manantial, ni río en la comarca. Ni siquiera existía Jin Ci. En su lugar había solo un triste caserío con infelices habitantes que sufrían mucho por causa de la escasez de agua. Andaban pálidos, flacos y deshidratados, y así tenían que caminar varios kilómetros a la fuente más cercana, para transportar el agua, que portaban sobre sus espaldas, como si fueran bestias de carga.

Una chica bella y amable, de nombre Liou Chuen-ying, oriunda de un pueblo vecino, se casó con un habitante de esta triste y desamparada aldea, y vino a residir ahí, compartiendo con su esposo las molestias y desventuras propias del lugar. Mala suerte: no solo soportó esos desabrimientos, sino también las aflicciones que le causaba su suegra, una mujer celosa y cruel.

La suegra sádica y malvada es una figura estereotipada del folclore chino. La de Liou Chuen-ying excedía toda medida. Obligaba a su pobre nuera a traer agua todos los días, haciendo el penoso trayecto de varios kilómetros, bajo la lluvia o el sol, y cargando dos grandes baldes de agua que pendían atados con correas de cada extremidad de un grueso palo que la joven se echaba sobre los hombros, según era la costumbre.

Para colmo de sus males, la suegra le había proporcionado baldes de forma cónica, específicamente diseñados para evitar que la joven mujer pudiera descansar. Y esto no era todo. Al llegar a casa con su pesada carga, la suegra frecuentemente se las ingeniaba para derramar el agua de uno de los baldes, o la desperdiciaba deliberadamente, para forzar a su nuera a hacer dos veces el difícil acarreo.

La amable joven soportaba todo este abuso sin una queja, viendo lo cual las potencias celestiales decidieron recompensarla. Un día, cuando Liou Chuen-ying regresaba cargando sus pesados baldes bajo un sol abrasador, un anciano a caballo le salió al paso. Desmontó y le pidió agua para su caballo. Sin proferir la más leve queja, la joven le dio lo que pedía, y regresó al manantial para llenar nuevamente el balde. El anciano caballero apareció en la vereda al día siguiente y volvió a solicitar agua para su montura. Otra vez, a pesar del agobiante calor, la joven mujer accedió sin chistar. La escena se repitió tres días consecutivos, y tres veces la joven se condujo con ejemplar generosidad, y sin la menor protesta.

Entonces, el anciano dijo: "Escúchame. Yo no soy un hombre de carne y hueso. Soy un inmortal, un ser celestial. He querido venir a conocerte personalmente, porque las alabanzas a tu virtud, tu simpatía y bondad, y los comentarios sobre tu paciencia y humildad, llegaron hasta las regiones celestiales. Ahora me doy cuenta de que cuanto se ha dicho de ti es perfectamente cierto."

A continuación, el anciano le ofreció la fusta o látigo que llevaba consigo, diciéndole: "Toma este látigo. Al llegar a tu casa, deposítalo en el jarrón que usan para almacenar el agua. Verás que se llena en el acto. Tendrás tanta agua como necesites, sin tener que acarrearla. Pero te advierto: nunca saques el látigo del jarrón, pues podrías causar una inundación."

Obedeció ella, y para su maravilla constató la verdad de lo que había dicho el anciano: el jarrón se llenaba constantemente. No importaba cuánta se usara, el nivel del agua nunca descendía. Como la joven era buena y generosa, pronto comunicó el portento a los habitantes de la aldea. El regocijo fue general. Hubo celebraciones y fiestas. Los campos mejoraron, pues ya no hubo más problemas de riego. Los aldeanos estaban felices, robustos y rozagantes. Sólo la suegra parecía descontenta.

Para empezar, resentía la falta de oportunidad para hostilizar a su nuera. Pero además, como ente antisocial que era, le disgustaba la algazara que ahora reinaba en la calle, y le molestaba el ir y venir de las gentes a su casa, pues en el patio de su casa se hallaba el inexhausto jarrón con la fusta mágica, y era ahí donde todos los vecinos se abastecían del precioso líquido.

Un buen día, la joven fue a visitar a sus padres a su pueblo natal. Aprovechóse de su ausencia la malvada suegra, quien, a pesar de haber sido prevenida sobre los efectos nefastos de retirar el látigo, decidió hacerlo, por despecho hacia su nuera, y por el prurito de contravenir a sus indicaciones. Más tardó la imprudente señora en sacar el látigo del jarrón, que el agua en surgir a enormes borbotones, incontenible.

La casa, el vecindario, y pronto toda la aldea, se encontraron bajo el agua. Cuando la gentil joven oyó lo que estaba pasando, se encontraba en la casa de sus padres, peinándose la cabellera. Soltó el peine y acudió inmediatamente a su hogar. No halló el látigo mágico por ninguna parte. Lo único que se le ocurrió para parar el continuo fluir del agua, fue sentarse sobre el jarrón. Para azoro y alivio de todos, cesó la inundación inmediatamente.

Termina la leyenda diciendo que la pobre Liou Chuen-ying, tras salvar a todos de aquel anegamiento, no pudo ya separarse del jarrón en que estaba sentada. Ahí murió poco después, y en agradecimiento a su heroica proeza, los habitantes del lugar elevaron un templo a su memoria. Hoy se visita en Jin Ci: es el templo de la "Madre de las Aguas" (Swei-Mu), con la efigie de la heroína sosteniendo un peine en la mano, precisamente la actitud que tenía al recibir la noticia de la inundación.

Es versión común entre el pueblo que el sitio donde estuvo sentada sobre el jarrón, corresponde al lugar donde brotó el manantial natural del lugar, o fuente Nan Lao. El agua que brota de la tierra se encauza a un estanque donde se puede ver una pared, a modo de dique, con diez horadaciones circulares, semejantes a claraboyas de cabina de barco, dispuestas en hilera horizontal cerca del borde superior del muro. Tres de las perforaciones dirigen el agua hacia el sur; las otras siete, hacia el norte. Y entre aquéllas y éstas se nota, emergiendo del agua, un promontorio de cemento que recuerda el gablete o remate con bola de los techos de algunas pagodas.

Hay, como podría anticiparse, otra leyenda tras estos detalles. Se cuenta que, hace muchos siglos, los campesinos de la orilla norte del río mantenían un enconado pleito con los de la orilla sur, a causa de la distribución del agua. Unos y otros la querían toda para ellos, y ya la encauzaban en un sentido, ya en otro. La enemistad de los contendientes se encendía especialmente en tiempos de sequía, y a veces terminaba en feroces riñas con derramamiento de sangre.

Las autoridades no sabían qué hacer para calmar los ánimos. Ambos partidos porfiaban en sus demandas. El alcalde convocó a una reunión a los principales miembros de ambos bandos. Ordenó que le trajeran una gran caldera llena de aceite hirviendo. Tiró en ella diez monedas, y dijo a los circunstantes: "El agua se distribuirá en proporción directa a la valentía y heroísmo de las gentes. Quien saque más monedas ganará más agua para los suyos. Veamos si son los campeones de la orilla sur, o los de la orilla norte quienes sacan más monedas. Así se repartirá el agua."

Todos se veían unos a otros sin decir palabra, extrañados de la rara idea que el alcalde había tenido, y temerosos ante el desafío que la dura prueba representaba. Aparentemente, no se permitía el uso de instrumentos para recobrar las monedas. De repente, un joven de la orilla norte, de nombre Zhang, saltó dentro de la caldera, extrajo siete monedas, y murió en el acto. El asunto quedaba decidido: setenta por ciento del volumen de agua iría hacia el norte, y el treinta por ciento hacia el sur. Así se explica la división entre las siete y las tres perforaciones antes referidas.

Es tradición que los huesos del temerario héroe fueron enterrados bajo una pequeña pagoda que se construyó en mitad del dique que separa las aguas del reservorio. Y cada año, en la primavera, la gente viene a depositar ofrendas en lo que llaman "el templo del joven Zhang".

Dicen los lugareños que el agua que mana de este sitio es excelente para el cultivo del arroz. Comentan que los granos de arroz son tan fuertes "que se pueden parar verticales en la mesa aun después de cocidos". Estrambótico elogio, y extraña ponderación, pienso yo. Pero más raro me parece lo que agregan:

"A pesar de todo, el excelente arroz de esta región jamás fue considerado digno de ofrecérselo al emperador, el Hijo del Cielo."

"¿Por qué?" les pregunto extrañado. La respuesta alude a la leyenda de Liou Chuen-ying y a su método de control de inundaciones. Es una respuesta impregnada de sabor a tierra, y de espontaneidad y llaneza muy propias del espíritu campesino:

"Porque ese arroz proviene, a fin de cuentas, del trasero de una mujer. -

lunes, abril 03, 2006

El Ojeo

eye
El ojeo es una de las supersticiones más arraigadas en las zonas rurales, sectores periféricos de las grandes urbes y pequeños poblados de nuestro país.

La mirada fuerte y dañina es una creencia que tiene sus antecedentes europeos, según testimonio de W. Born en su obra Fetiche, Amuleto y Talismán, donde da incluso una serie de recetas para conjurar el poder de aquellas personas que tiene el poder del Basilisco en la mirada.

Los estudiosos del Siglo XVI arribaron a la conclusión de que el vicio fascinador de los brujos se debía a la colaboración del diablo, que las brujas tenían doble pupila en la misma órbita (única manera de tener tanto poder en la mirada) por lo tanto debía evitarse mirarlas fijamente.

Tanta divagación intelectual tenía un trasfondo religioso, que llegó a nuestras costas con el desembarco de Cristóbal Colón en 1492.

Siguiendo con los antecedentes europeos de esta superstición, afirmaban los eruditos del tema que la peligrosidad de los brujos variaba según fuera el país al que pertenecían.

De los brujos italianos se decía eran terribles, que causaban la muerte de personas, plantas y animales aún sin desearlo, bastaba que se los cruzaran en el camino (es decir si se enemistaban con ellos).

No menos temibles eran los españoles. El fluido que emitían sus ojos era de tal poder, que con mirar fijamente las ventanas de una casa los cristales se hacían añicos.

Los irlandeses hablaban de los eye-biters, literalmente: mordedores de ojos. Brujos poderosísimos que diezmaban el número de hijos y de cabezas de ganado que poseían las familias campesinas.

Un brujo ojeador podía producir infinitas calamidades en un pueblo. Las vacas quedaban sin leche, se prendían fuego los pajares sin causa aparente, las casas enloquecían con ruidos y movimientos que terminaban por enloquecer a sus moradores. Y si a alguno se le ocurría mojar su escoba en el agua, en luna llena, cerca de un poblado, sobrevenía entonces un verdadero diluvio.

Nótese, como esta creencia está relacionada con el rechazo social que provocaban algunas personas excéntricas entre sus comunidades.

Durante la Edad Media numerosas piedras eran tenidas por eficaces contra el mal de ojo. Entre ellas la más buscada era el coral. En el siglo XVIII, el rey de Nápoles, Fernando I, llevaba entre sus ropas, a modo de amuleto un pedacito de coral. Cuando estaba frente a alguien que le hiciera sospechar que fuera jettatore, sacaba el coral y se lo ponía en la cara, anulando así la fuerza de esa mirada.

También por esa época eran apreciados anti mal de ojos algunos insectos, fundamentalmente los escarabajos. A tal punto que en Francia, hacia el fin del reinado de Napoleón, era sumamente raro encontrar en las fiestas del pueblo a algún ciudadano que no llevara prendido del chaleco o de la camisa a alguno de estos coleópteros a manera de talismán.

Tal vez el amuleto más conocido para alejar la yeta o el mal de ojo sea la mano cornuda, los populares cuernitos, en realidad una mano talismánica. Esta manera de defenderse puede llevarse encima, como un colgante, en general de coral, o realizar el gesto a la manera italiana (el dedo índice y el anular extendidos y el resto contenidos por el pulgar) en el momento en que se haga necesario.

También el cuerno (uno solo) es llevado como colgante para preservar de ojeaduras a los niños o las embarazadas. En Calabria se pintaban cuernos retorcidos en la fachada de las casas o de los establecimientos comerciales. La evolución de las creencias populares, hizo que en la actualidad, en el mundo latino, se asocien los cuernos con la infidelidad de la pareja.

En Toscana, el coral es la fórmula mágica para alejar el mal de ojo. Se ata una pequeña bola de ese material al cuello de los niños recién nacidos, y a veces las madres llegan a beber agua con coral molido o hervido, antes de dar de mamar a sus pequeños.

Para saber si alguien ha sido presa del Mal de Ojo, se procede de la siguiente manera: se sienta al supuesto "ojeado" frente a un plato con agua y se dejan caer unas gotas de aceite en el agua. Si el aceite se disgrega en una cantidad de pequeñas gotas (se corta) el veredicto es clarísimo: esa persona está ojeada.

Para curarlo, de inmediato debe hacerse un brebaje con 3 dientes de ajo pelados, la miga de un pan y 2 litros de vino. Todo esto se cocina hasta que hierva y espese al punto de poder usarlo como un emplasto. La mezcla se coloca entonces sobre el pecho del enfermo y éste recuperará el vigor.

Se supone que uno de los efectos de Mal de Ojo consiste en "enfriar" la sangre del ojeado, quitándole la energía, produciéndole sueño y abulia, además de la consabida mala suerte. Según la creencia un defecto en la vista, por ejemplo ser bizco o estrábico, es un signo claro de ser portador de esta mirada nefasta.

Pero también puede hacerse mal de ojo cuando la mirada expresa amor o admiración elocuentemente, por eso tal vez las madres campesinas cuidan de no exponerlos a miradas curiosas a sus hijos cuando son hermosos.

Por supuesto que la realidad desmiente toda lógica de estas creencias. Se imaginan que los actores, actrices, vedettes, cantantes, o personas expuestas a la admiración masiva encontrarían en algún momento algún portador de la mirada fascinadora y les causaría un daño enorme porque éste actuaría en el anonimato.

Es común en las zonas rurales de Argentina, y en pequeñas poblaciones, que las madres lleven a sus hijos a consulta al "médico" (curandero) cuando sospechan que están ojeados.

Dicen que los "doctores" (médicos diplomados) no pueden curar este mal y que muchas veces ellos mismos le aconsejan que los lleven ante un médico.

Escuché decir que si sus hijos son ojeados no se les cierra la "mollera", que lloran ininterrumpidamente debido a los fuertes dolores de cabeza que provoca el ojeo.

El conocimiento de estas manifestaciones folclóricas permitirá sin dudas conocer los intrincados vericuetos del pensamiento popular, influenciados la más de las veces cuando crea sus fabulaciones, por con conocimientos previos de tipo religioso.